Todo comenzó con un entretenido día (aciago, para el pez) de pesca con mi tío y mi primo en Naples, Florida. Fuimos a la playa, y trepamos entre las rocas de un espigón donde se acostumbra pescar. Junto a nosotros, habían unos cuantos mexicanos y una familia de armenios (a veces me imagino que ellos también en otro blog quizá hayan publicado su propia versión de la preparación del pez, o su propia clase de ictio-anatomía). Hablamos con ellos bastante. Por momentos cada uno hablaba con los suyos en su propio idioma, en otros hablabamos entre nosotros en inglés. Buenas personas todos, con los suyos y con los otros... pero no con el pez. Justo igual como en Hostal de Tarantino. Recuerdo cómo aquéllas personas que gustaban de torturar, descuartizar, destripar a otras personas, en sus momentos fuera del oficio, se comportaban como personas perfectamente normales, cada uno con su propia vida ordenada (de hecho, eran personas a la vista rectas, y la mayoría además eran ricos), y hasta afables. Recuerdo como uno de los torturadores tenía delirios de poder, y decía: "yo soy como Dios, tengo la frágil vida en mis manos". Pues, en cierta medida, todos somos Dios, y todos tenemos la vida en nuestras manos (y en nuestras cámaras, y después en nuestros estómagos).
sábado, 15 de setiembre de 2007
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